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El día 14 de septiembre de 2001, cuando Estados Unidos aún estaba tratando de asimilar los ataques de al Qaeda contra Nueva York y Washington D.C., algunos dignatarios se reunieron en la catedral nacional para honrar a los fallecidos y para demostrar la resolución del país de permanecer unido en contra de los atacantes. Aunque aparentemente ésta era una casa de alabanza cristiana, el clero que dirigió el servicio no representó en absoluto la fe cristiana. De hecho, un rabí y un imán tuvieron roles en la “alabanza,” que se abrió con una invocación llamando al “Dios de Abraham y Mohammed y al Padre de nuestro Señor Jesucristo”.


Lo más sorprendente de este servicio no fue que personas que no eran cristianas tomasen parte activa en él. En vez, fue que pocos creyentes de los sistemas religiosos ahí representados hablaron en contra del clero que, por estar sentado junto, confirmaron implícitamente al judaísmo, islamismo, y cristianismo como caminos válidos hacia el Creador. Dejando a un lado por un momento las cuestiones sobre si estas tres religiones son verdaderas o falsas, cualquier observador imparcial debería preguntare cómo fue que al clero se le ocurrió hacer eso. Dado que estas grandes religiones tienen ideas muy diferentes acerca de Dios, el predicamento del hombre, y la divinidad de Jesucristo, cualquier creyente comprometido con cualquiera de estos tres credos no hubiera podido encontrar aceptable ni siquiera la insinuación de que judíos, musulmanes y cristianos sirven todos al mismo Dios.


Sin embargo, este supuesto de que todas las creencias son verdaderas y válidas es precisamente lo que nuestra cultura nos quiere imponer cada día. En el nombre de la tolerancia, nos dicen que “no importa lo que tu creas, siempre y cuando lo creas sinceramente”. Parece que los que son verdaderamente cultos, no sólo aceptan la existencia de otras verdades religiosas, sino que también las aceptan como vías por las cuales podemos encontrar el camino hacia la montaña de Dios, quien quiera que Él sea.


Este llamado a la “tolerancia” es la manera en que la cultura laica responde a la realidad en la que ahora vivimos. Hoy en día nos encontramos en un “mundo feliz”. Si todavía no se ha abierto una mezquita en tu barrio, probablemente los minaretes aparecerán pronto en el horizonte. A lo mejor hoy, tu vecino es cristiano. No te sorprendas si un Budista practicante se muda mañana. A lo mejor estás escuchando a un simpático misionero mormón llamando a tu puerta mientras que lees este artículo. El mundo con toda su gran diversidad de religiones ha venido a nuestros barrios y ha abierto nuevas oportunidades sociales y económicas. Para tomar ventaja de esta situación, debemos llevarnos bien con los que tienen estas visiones del mundo tan diferentes, y la manera más fácil de hacerlo es evitando “hacer ruido”. Claro, la única manera de evitar hacer ruido es no decirle nunca a nadie que puede estar equivocado, especialmente en la práctica de su religión. Por el bien de todos, debemos “tolerar” a las personas de nuestro alrededor.


Por supuesto que interpretar la tolerancia de esta manera es malinterpretar terriblemente la virtud. La tolerancia es algo bueno cuando se practica correctamente. Por ejemplo, yo puedo ser tolerante con mi vecino ateísta siendo caritativo y amistoso con él, respetándolo como persona, y tratando de entender seriamente su punto de vista en lugar de burlarme de sus ideas. Pero hay una clara diferencia entre tolerar y consentir. Nosotros consentimos y no toleramos si tolerancia significa que yo no puedo decirle a mi amigo ateísta que está equivocado acerca de la existencia de Dios.


Que nuestra cultura persigue en realidad el consentimiento y no la tolerancia se ve en la indignación que surge cada vez que cristianos manifiestan en los medios de comunicación que Jesús es el único camino al Padre (Juan 14:6). Si nuestra sociedad realmente practicara la tolerancia, la gente no tendría reacciones tan viscerales ante estas declaraciones. A lo mejor no están de acuerdo con nosotros, pero no deberían llamarnos ignorantes o arrogantes cuando somos fieles al mensaje de nuestro Señor y Salvador. Si nuestra cultura practicara una auténtica tolerancia, no intentarían silenciarnos aun cuando no compartan nuestra postura. Está claro que la llamada “tolerancia” que practica nuestra cultura es la forma más insidiosa de intolerancia. La cultura occidental generalmente “tolera” cualquier visión del mundo siempre y cuando esa visión no declare que las demás son falsas. La única afirmación exclusiva que alguien puede hacer es que nadie puede hacer afirmaciones exclusivas.


Como resultado de esta "tolerancia intolerante" cada vez se ve más el evangelismo como el mayor crimen contra la humanidad. Por ejemplo, puedes ser etiquetado de antisemita si sugieres que personas judías, como todas las demás personas, necesitan a Jesús para salvarles. En cualquier librería es sencillo encontrar libros de antropología que lamentan la conversión de tribus al evangelio, o guías para diálogos religiosos que propugnan renunciar a la exclusividad de Cristo como la única manera de tener una conversación auténtica con los incrédulos de nuestro alrededor. La presión para rechazar la afirmación bíblica e histórica de que la salvación viene a través de una fe personal y conciente en Jesús es enorme y va a ir en aumento en los próximos años a menos que haya un gran avivamiento en nuestra tierra.


En este contexto, la tentación para nosotros es estar en la defensiva, escondernos en nuestras iglesias y adoptar una mentalidad de “nosotros contra de ellos” que nos mantiene en un gueto cristiano y nos frena a la hora de buscar activamente a los que están perdidos a nuestro alrededor. No obstante, esta no puede ser nuestra respuesta. Los primeros cristianos encontraron un mundo similar en el cual se “toleraban” diferentes religiones mientras que sus seguidores no causasen revuelos; pero ellos no construyeron paredes a su alrededor. En vez, salieron a proclamar las buenas nuevas de Jesucristo. Nosotros debemos hacer lo mismo. A pesar de la confusión y los problemas que aparecen cuando personas con visiones del mundo tan diferentes viven a nuestro alrededor, debemos reconocer que Dios nos ha traído las naciones. Nosotros podemos hablar de nuestra fe con gente que viene de países cerrados al evangelio. Este es un privilegio tremendo y una oportunidad para nosotros de ser una parte integral del plan de nuestro Padre: traer personas de toda lengua y tribu a su reino (Apocalipsis 7:9-12).


¿Cómo podemos aprovechar al máximo la oportunidad de alcanzar al mundo en nuestros rellanos? Yo sugeriría cinco maneras:

Primero. Debemos asegurarnos de que tenemos un entendimiento sólido de la fe cristiana. El camino a salvación del evangelio es inmensamente diferente al sistema de cualquier otra religión: es contrario a que la salvación es por las buenas obras de cada uno, mentalidad a la que tiende la humanidad pecadora. No podemos llegar a saber demasiado de nuestro Salvador y debemos recordarnos constantemente las doctrinas centrales del cristianismo para que podamos proclamarlas con exactitud. Los editores de la revista Tabletalk se esfuerzan por proveer cada mes a los lectores con artículos y recursos que declaran un cristianismo ortodoxo y bíblico. Catequismos, libros y numerosos materiales de todas las épocas de la historia de la iglesia están disponibles en internet, librerías y bibliotecas de los Estados Unidos.


Segundo. Debemos tener un buen entendimiento de las personas con las cuales dialogamos. Cuando uno discute las diferencias entre religiones puede ser fácil caracterizar erróneamente las creencias de las personas que no siguen a Cristo. Estas caracterizaciones equívocas nos impiden hablar con precisión de la manera en la que ellos ven el mundo y muestran una falta de respeto hacia el incrédulo. Estos dos errores desobedecen 1 Pedro 3:15-16, que nos implora defender la verdad con mansedumbre y respeto. Si tienes un amigo musulmán, aprende del islam y sus diferencias con el cristianismo. Conoce la tradición budista de tu vecina para que puedas corregir con la verdad los errores en los que cree. Haz lo que puedas para confrontar las cuestiones reales y no a hombres falsos construidos de paja y con precipitación.


Tercero. Ayudemos a que el incrédulo ponga en duda la suposición de que la verdad religiosa es menos absoluta que las matemáticas o la ciencia. Nosotros no afirmamos que esté bien que una persona crea que dos más dos es cuatro y que otras puedan creer que dos más dos es cinco. ¿Por qué tendríamos que tratar la verdad sobre las religiones de manera distinta?


Cuarto. Ayudemos al pluralista religioso a ver que realmente él no cree que todos los caminos lleven al cielo. Si lo hiciera, no se escandalizaría ante atentados suicidas, sacrificios humanos, y otras prácticas que incluso firmes pluralistas religiosos encuentran aborrecibles. Uno no puede adoptar sistemáticamente pluralismo religioso y relativismo y al mismo tiempo oponerse a cualquier creencia o práctica religiosa. Si la sinceridad es todo lo que importa para la salvación, los terroristas religiosos que sinceramente creen que su dios los llama a matar a otras personas no hacen nada malo cuando lo obedecen. Condenar una sola idea religiosa es apelar a una norma estándar final por la cual podríamos evaluar la religión, estableciendo esa norma como la religión única y verdadera, y para un honesto pluralista religioso no puede haber ninguna religión verdadera.


Finalmente, debemos amar a aquéllos que en esta cultura pluralista no creen todavía en Cristo. Oremos por su salvación y prediquemos el Evangelio, pero que nunca los veamos como si no fueran personas, como simple ideas que necesitan ser refutadas. Ofréceles tu amistad, se bueno con ellos, camina la milla extra, y entiende sus preocupaciones, ilusiones, y miedos (1 Pedro 2:15). Ya que Dios nos amó cuando aún éramos pecadores (Romanos 5:8), ¿podemos hacer algo menos que amar a los que nos rodean?

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