Thoughts for Young Men/Special Rules for Young Men/es

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Revision as of 03:59, 16 July 2009 by Kathyyee (Talk | contribs)
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Reglas especiales para los jóvenes

En último lugar, presentaré algunas reglas de conducta específicas que aconsejo firmemente sigan los jóvenes.

1. Resuelve de inmediato que, con la ayuda de Dios, renunciarás a todos y a cada uno de tus pecados de los que tienes conciencia por más pequeños que sean.

Analiza tu interior. Examina tu propio corazón. ¿Ves allí algún hábito o costumbre que sabes que es malo a la vista de Dios? Y si lo ves, no demores ni un momento en atacarlo. Resuelve inmediatamente dejarlo a un lado.

Nada oscurece tanto los ojos de la mente, y endurece tanto la conciencia, como un pecado que uno se permite. Quizá sea muy pe-queño, pero eso no lo hace menos peligroso. Un agujerito hundirá todo un gran barco, y una chispa pequeña encenderá un gran incen-dio. De la misma manera, un pequeño pecado que uno se permite arruinará un alma inmortal. Sigue mi consejo, y nunca aceptes un pecado pequeño. Dios mandó a Israel que matasen a todos los cananeos, tanto los grandes como los chicos. Actúa bajo el mismo prin-cipio, y no le muestres misericordia a un pecado pequeño. Bien dice el libro de los Cantares: “Cazadnos las zorras, las zorras peque-ñas, que echan a perder las viñas” (Cantares 2:15).

Puedes estar seguro de que ningún hombre perverso, quiso ser tan perverso al principio. Pero empezó permitiéndose una pequeña transgresión que lo llevó a una más grande, y esa a su tiempo produjo otra aún más grande, y por fin terminó siendo el miserable que ahora es. Cuando Hazael escuchó de boca de Elías los horrible actos que cometería en el futuro, le respondió con asombro: “¿Qué es tu siervo, este perro, para que haga tan grandes cosas?” (2 Reyes 8:13). Pero dejó que el pecado se arraigara en su corazón, y al final hizo todas las cosas que Elías había predicho. Joven, resiste el pecado en sus comienzos. Tal vez parezca pequeño e insignificante, pero haz caso de lo que digo: No lo aceptes, no dejes que more quieta y tranquila en tu corazón. “La madre de las travesuras,” dice un antiguo proverbio, “no es más grande que el ala de un mosquito”. No hay nada más minúsculo que la punta de una aguja pero cuando hace su agujero en la tela, se lleva detrás de ella todo el hilo. Recuerda las palabras del Apóstol, “un poco de levadura leuda toda la masa” (1 Corintios 5:6).

Muchos jóvenes podrían decirte con tristeza y vergüenza que pueden rastrear su ruina de todos sus sueños del futuro al punto del cual te hablo, el de darle paso al pecado en sus comienzos. Comenzaron teniendo hábitos de falsedad, y deshonestidad en las cosas pequeñas que se arraigaron en ellos. Paso a paso, fueron de mal en peor, hasta que hicieron cosas que antes no hubieran creído posible, hasta que al fin perdieron su lugar, perdieron su integridad, perdieron su consuelo, y casi perdieron su alma. Permitieron una ranura en la pared de su conciencia, porque parecía muy pequeña, y cuando la permitieron, esa ranura se fue haciendo más grande cada día, has-ta que, a la larga, se desplomó toda la pared.

Recuerda esto especialmente en lo que concierne a la verdad y honestidad. Sé consciente de las cosas minúsculas. “El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel” (Lucas 16:10). No importa lo que diga el mundo, la realidad es que no hay pecados peque-ños. Todo gran edificio consiste de partes pequeñas; la primera piedra es tan importante como todas las demás. Todos los hábitos se forman con una secuencia de actos más pequeños y el primer acto pequeño tiene tremenda consecuencias. El hacha de la fábula le rogó a los árboles que sólo la dejaran cortar un trozo pequeño de madera para hacerse un mango. Y prometió nunca más molestarlos. La dejaron hacerlo, y muy pronto los cortó a todos. El mal sólo quiere que lo dejes introducir en tu corazón el gajito de pecado peque-ñito, y, si se lo permites, muy pronto serás todo suyo. Es un dicho muy sabio el de William Bridge : “No hay nada pequeño entre no-sotros y Dios, porque Dios es un Dios infinito”.

Hay dos maneras de bajar de la cúpula de una iglesia; una es de un salto, y la otra es bajar por los escalones: pero ambas te lleva-rán abajo. Así también hay dos maneras de ir al infierno; uno es caminar hacia él con los ojos abiertos, y muy pocos hacen eso; el otro es bajar por los escalones de pequeños pecados, y me temo que esta manera es muy común. Empieza con unos cuantos pecaditos, y muy pronto querrás más. Aun el pagano Juvenal reconocía: “¿Quién se ha conformado jamás con solo un pecado?” Y siendo así, si vas por ese rumbo, irás de mal en peor. Bien describió Jeremy Taylor el progreso del pecado en el hombre: “Primero lo asusta, des-pués le resulta placentero, después fácil, y luego deleitoso, luego frecuente, después habitual, y finalmente ¡confirmado! Después el hombre es impenitente, después obstinado, luego resuelve nunca arrepentirse, y finalmente es condenado”.

Joven, para no llegar a esto, recuerda la regla que te doy este día: Resuelve de inmediato renunciar a cada uno de los pecados que conoces en ti.

2. Resuelve que, con la ayuda de Dios, evitarás todo lo que pueda ser ocasión para pecar.

Es un excelente dicho el del buen Obispo Hall : “Aquel que quiere estar a salvo de hacer el mal, para evitarlo, debe mantenerse a mucha distancia de las ocasiones que lo pueden hacer caer”. Hay una antigua fábula de una mariposa que le preguntó al búho cómo podía estar a salvo del fuego que había chamuscado sus alas. El búho, como respuesta, la aconsejó que ni siquiera mirara su humo.

No es suficiente que determinemos no cometer pecado, debemos cuidadosamente mantenernos a una buena distancia de todo lo que nos podría aproximar a él. Usando esta prueba tenemos que juzgar cómo usamos nuestro tiempo: los libros que leemos, las fami-lias que visitamos, la compañía que mantenemos. No nos debemos contentar con decir: “No hay nada realmente malo en esto”. Debe-mos ir más allá y decir: “¿Hay algo en esto que pueda hacerme pecar?”

Recuerda bien que por esto, el ocio debe ser evitado. No es que el no hacer nada sea en sí tan perverso, sino que brinda la oportu-nidad para pensar pensamientos malos y fantasías vanas, es la puerta abierta para que el diablo entre y quite la buena semilla. Esto es lo que debes temer. Si David no hubiera dado ocasión al diablo por estar de ocioso en su terraza en Jerusalén, probablemente nunca hubiera visto a Betsabé, ni hubiera hecho matar a Urías.

Es por esto, también, que las diversiones mundanas son tan censurables. Puede ser dificultoso, en ciertos casos, demostrar que son, en sí mismas, realmente incorrectas y contrarias a lo que enseña la Biblia. Pero no es dificultoso demostrar que la tendencia de casi todas es muy dañina para el alma. Siembran las semillas de una mentalidad mundana y sensual. Son totalmente contrarias a la vida de fe. Promueven una obsesión malsana y antinatural por lo que sea excitante. Alimentan la lascivia de la carne, la lascivia de los ojos y la vanidad. Oscurecen la vista del cielo y de la eternidad, y le dan un color falso a las cosas del tiempo. Indisponen el corazón contra la oración personal y la lectura de la Biblia, y apagan la comunión con Dios. El que se mezcla con ellas da a Satanás la ventaja. Cada uno tiene una batalla que pelear, y si le da al enemigo la ventaja del sol, el viento a favor y el terreno, sería verdaderamente raro si no fuera continuamente vencido.

Joven, esfuérzate en todo lo que de ti dependa para mantenerte alejado de todo lo que pudiera ser perjudicial para tu alma. Nunca ayudes al diablo. Las gentes podrán decir que eres demasiado escrupuloso, demasiado exigente, te preguntarán que qué tiene de malo tal o cual cosa. Pero no les escuches. Es peligroso andar jugando con herramientas filosas, pero más peligroso aún es andar jugando con tu alma inmortal. El que quiere estar a salvo no debe jugar con el peligro. Debe considerar su corazón como el cartucho de pólvo-ra, y tener cautela de no acercarse a ninguna chispa de tentación que le sea posible evitar.

¿De qué vale orar, “no nos dejes caer en tentación”, si tú mismo no te cuidas de no correr a ella; y orar “guárdanos del mal”, si no muestras el deseo de mantenerte fuera de su camino? Sigue el ejemplo de José. No sólo rechazó las invitaciones indecentes de su ama, sino que mostró prudencia en rehusar de plano “estar con ella” (Génesis 39:10). Apégate al consejo de Salomón, no sólo de no ir “por la vereda de los impíos” sino que “déjala, no pases por ella; apártate de ella, pasa” (Proverbios 4:14, 15). No meramente no seas bo-rracho sino que “no mires al vino cuando rojea” (Proverbios 23:31). Los hombres que tomaban voto nazareno en Israel no sólo no tomaban vino sino que se abstenían de las uvas. Hay que vivir “aborreciendo lo malo,” dice Pablo a los Romanos (Romanos 12:9). No meramente que no hagas lo malo, “huye también de las pasiones juveniles” escribe a Timoteo: aléjate de ellas lo más lejos posible (2 Timoteo 2:22) ¡Ay, qué necesarias son tales advertencias! Dina tuvo que salir entre los perversos siquemitas para comprobar los malos caminos de ellos, y, por hacerlo, perdió su integridad. Lot tuvo que tender sus tiendas cerca de la pecaminosa Sodoma, y terminó per-diendo todo menos su vida.

Joven, sé sabio a tiempo. No intentes siempre ver lo cerca al enemigo que tu alma pueda estar, y todavía escapar de él. Mantenlo lejos. Esfuérzate por mantenerte lo más lejos posible de la tentación, y esto será una gran ayuda para mantenerte limpio de pecado.

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