Cosmic Treason (May 2008)/es

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“La pecaminosidad del pecado" suena como una redundancia vacía que no añade información nueva al tema de debate. Sin embargo, la necesidad de hablar de la pecaminosidad del pecado se ha hecho necesaria debido a una cultura e incluso a una iglesia que han disminuido la importancia del pecado en sí mismo. El pecado se define en nuestros días en términos de cometer errores o hacer malas elecciones. Cuando hago un examen o un test de escritura, si cometo un error, fallo una palabra en concreto. Una cosa es cometer un error. Otra muy distinta, es mirar el examen de mi compañero y copiar sus respuestas para obtener una buena nota. En este caso, mi error ha ascendido a la categoría de transgresión moral. Aunque el pecado puede ser una parte de cometer errores como consecuencia de la pereza en la preparación, el acto de hacer trampa lleva la actividad a un nivel mucho más serio. Decir que “hacer malas elecciones” es pecado es verdad, pero también es un eufemismo que puede quitar importancia a la seriedad de la acción. La decisión de pecar es, ciertamente, una mala decisión pero, de nuevo, es algo más que un simple error. Es un acto de transgresión moral.

En mi libro La Verdad de La Cruz dediqué un capítulo completo a tratar este tema de la pecaminosidad del pecado. Empiezo el capítulo usando la anécdota de mi genuina incredulidad al recibir una edición reciente de Bartlett’s Familiar Quotations. Aunque me alegré de recibir este ejemplar gratuito, estaba perplejo pues no comprendía por qué alguien me lo querría enviar. Mientras ojeaba las páginas de citas que incluían frases de Immanuel Kant, Aristóteles, Thomas Aquinas, y otros, me encontré, para gran sorpresa, con una cita mía. Que se incluyera una cita mía en una colección con tantos pensadores importantes me sorprendió mucho. Estaba perplejo preguntándome qué podía haber dicho que mereciera ser incluido en esta antología, y la respuesta estaba en una sencilla frase que se me atribuía: “El pecado es traición cósmica”. Lo que quería decir con esa frase era que incluso el pecado más pequeño que una criatura comete contra su Creador, es un acto de violencia hacia la santidad del Creador, Su gloria y su justicia. Cada pecado, por insignificante que parezca, es un acto de rebelión contra la soberanía de Dios que reina y gobierna sobre nosotros y, como tal, es un acto de traición hacia el Rey cósmico.

La traición cósmica es una manera de explicar la noción de pecado, pero si miramos las descripciones que hacen de él las Escrituras, vemos que hay tres que destacan sobre las otras. Primero, el pecado es una deuda; segundo, es una expresión de enemistad; tercero, se muestra como un crimen. En el primer caso, nosotros, los pecadores, somos descritos en las Escrituras como deudores que no pueden pagar sus deudas. En este sentido, no estamos hablando de deudas financieras, sino de una deuda moral. Dios tiene el derecho soberano de imponer obligaciones a Sus criaturas. Cuando no cumplimos dichas obligaciones, somos deudores hacia nuestro Señor. Esta deuda representa un fallo por nuestra parte para mantener una obligación moral.

La segunda manera en que se describe bíblicamente el pecado es como expresión de enemistad. En este sentido, el pecado no se restringe únicamente a una acción externa que transgrede una ley divina. Más bien, representa un motivo interno, un motivo originado por una hostilidad inherente hacia el Dios del universo. Raramente se discute en la iglesia o en el mundo que la descripción bíblica de la caída del ser humano incluye el comentario de que somos, por naturaleza, enemigos de Dios. En nuestra enemistad hacia Él, no queremos ni tenerlo en nuestros pensamientos, y esta actitud, es una actitud de hostilidad hacia el hecho mismo de que Dios nos ordena que obedezcamos Su voluntad. Es como consecuencia de este concepto de enemistad, que en el Nuevo Testamento, a menudo se describe nuestra redención en términos de reconciliación. Una de las condiciones necesarias para la reconciliación es que debe haber una enemistad previa entre al menos dos partes. Esta enemistad es lo que se presupone en el trabajo redentor de nuestro Mediador, Jesús Cristo, que supera esta dimensión de enemistad.
La tercera manera en que la Biblia habla del pecado es en términos de transgresión de la ley. El Westminster Shorter Catechism contesta la catorceava pregunta, “¿Qué es el pecado? con la respuesta, “El pecado es cualquier forma de disconformidad, o transgresión de, la ley de Dios”. Aquí vemos que el pecado se describe como desobediencia, tanto pasiva como activa. Hablamos de pecados de comisión y de pecados de omisión. Cuando no cumplimos con lo que Dios requiere de nosotros, podemos ver esta falta de conformidad hacia Su voluntad. Pero no somos culpables únicamente de no cumplir con lo que Dios requiere de nosotros, sino que hacemos de manera consciente aquello que Dios prohíbe. Por tanto, el pecado es una transgresión de la ley de Dios.
Cuando la gente viola las leyes de los hombres de un modo importante, no referimos a sus acciones, no como simples faltas sino, en el análisis definitivo, como crímenes. De la misma manera, nuestros actos de rebelión y transgresión de la ley de Dios, no son vistos por Él como simples faltas; más bien, son culpas. Son criminales en su impacto. Si consideramos seriamente la realidad del pecado en nuestras vidas, nos daremos cuenta de que cometemos crímenes hacia un Dios sagrado, y hacia Su reino. Nuestros crímenes no son virtudes; son vicios, y cualquier transgresión de un Dios sagrado, es viciosa por definición. Hasta que no entendamos quién es Dios, no llegaremos a comprender realmente la seriedad de nuestro pecado. Es porque vivimos en medio de gente pecadora, donde los estándares del comportamiento humano están dictados por la cultura que nos rodea, es por ello, que no nos conmueve la seriedad de nuestras transgresiones. Estamos, definitivamente, en paz en Zion. Pero cuando la figura de Dios se nos revela clara y cuando somos capaces de medir nuestras acciones, no en términos relativos con respecto al resto de los humanos, sino en términos absolutos con respecto a Dios, Su figura, y Su ley, entonces empezamos a ser conscientes de la calidad egregia de nuestra rebelión.


Hasta que no consideremos a Dios seriamente, no podremos considerar el pecado seriamente. Pero, si nos damos cuenta del carácter justo de Dios, entonces, como los antiguos santos, nos cubriremos la boca con las manos y nos arrepentiremos en polvo y cenizas ante Él.

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