The Gospel Cure/es

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Current revision as of 19:08, 19 June 2009

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Tras una breve reflexión es fácil ver que el remedio du jour para tratar la depresión únicamente con medicamentos se basa en unas suposiciones muy específicas: que su génesis se encuentra siempre en el cuerpo (principalmente en el cerebro) y que no tenemos una mente interna e invisible que dirija la actividad cerebral. Si esto es cierto, entonces anestesiar los sentimientos negativos es la elección más sabia. Sin embargo, si las Escrituras muestran algo distinto, en concreto que tenemos tanto un cerebro como una mente (o ser interior), entonces categorizar la depresión sólo como una disfunción del cerebro y recurrir en primer lugar a la medicina (de modo que se acalla la voz emocional de la mente), impedirá inevitablemente la importante obra en tu corazon que el sufrimiento ordenado por Dios es pretendido causar. Por supuesto que habrá veces en las que los medicamentos sean una opción viable, pero dado que hay tan hermosas bendiciones a nuestra disposición y hay tantos inconvenientes en el uso de antidepresivos, quizás se debería considerar la medicina como último recurso, en lugar del primero.

Bueno, entonces te preguntarás ¿cuál es la cura que indican las Escrituras para la depresión espiritual? Esta pregunta pide otra: ¿debemos asumir que siempre habrá cura para las molestias de esta vida? ¿No es cierto que los cristianos reconocen que el sufrimiento es una parte de lo que implica vivir en este mundo lamentable? ¿No creemos que el sufrimiento en sí mismo es a menudo beneficioso para nuestras vidas, ya que proviene (al igual que el resto de las cosas) de las manos de un Padre cariñoso (Rom. 5:3-5)? Por supuesto, esto no significa que no debamos buscar alivio al sufrimiento cuando sea conveniente (1 Cor. I 7:21) sino, más bien, introducir una perspectiva en nuestra búsqueda de la sabiduría. Así que reformulemos nuestra pregunta: Si hubiera una sabiduría práctica para ayudar a los deprimidos ¿dónde la encontraríamos? En Jesucristo, por supuesto (Cor. I 1:30).

“Todo progreso en la vida cristiana depende de una recapitulación de los términos originales de la aceptación de uno con Dios” (John Stott, The Cross of Christ, pág. 27). Esta maravillosa cita nos muestra un remedio duradero contra todas nuestras enfermedades, incluso contra la depresión espiritual. Cada paso que damos en nuestra Cristiandad, especialmente cuando aprendemos a luchar contra las tendencias a la introversión, la autocrítica, el enfado, la ansiedad, la amargura, el desesperación, la incredulidad o la debilidad de espíritu, depende de una revisión intencional del Evangelio. Al fin y al cabo, ¿qué es lo más necesario para una persona que está triste sino que se lo recuerden amablemente, pero con continuidad, las buenas noticias? Debemos recordar, una y otra vez, Su sufrimiento por nosotros: Su encarnación, Su vida sin pecar, Su muerte de sustituto, Su reencarnación de Su cuerpo y Su ascensión. En resumen, tenemos que recordar a Jesús intencionadamente, en especial en esos momentos oscuros en los que estamos tentados a pensar únicamente en nostros mismos. Y aunque todos nosotros necesitamos una dosis diaria de la recapitulación del evangelio, aquéllos de nosotros que sienten la opresión de el Gigante Desesperación la necesitan aún más.

¿Y que fuera esa recapitulación del Evangelio? Simplemente consistiría en animar a los débiles de espíritu con la verdad de Jesucristo. La persona que sufre depresión necesita un profundo soplo de ánimo, no trilladas banalidades como “Alégrate, todo saldrá bien,” o “No eres tan malo. En realidad, eres una persona maravillosa.” No, las personas deprimidas necesitan un potente remedio como “Dios no nos ha creado para caer en la ira, sino para obtener la salvación a través de nuestro señor Jesucristo, que murió por nosotros… para que podamos vivir con Él” (1 Tesalonicenses 5:9-10).

La verdad contraintuitiva de que lo que la persona deprimida necesita oir no es “en realidad eres una persona maravillosa” sino “Eres más pecador e imperfecto de lo que jamás te atreverías a creer.” Cuando se queje de que es “un fracasado” debemos estar de acuerdo con él/ella, al menos en cierto modo. Todos hemos de estar de acuerdo en que todos somos unos fracasados hasta tal punto que el perfecto Hijo de Dios tuvo que morir antes de que nosotros pudiéramos tener compañerismo con Él. Cada uno de nosotros ha fracasado completamente a la hora de amar a Dios o a nuestro prójimo. Y no sólo fracasamos por no amar como debiéramos, sino también porque pensamos que deberíamos ser capaces de ello. En realidad no creemos en los juicios de Dios acerca de la magnitud de nuestra depravación. Nosotros podemos ser liberados de nuestras conciencias supraescrupulosas, de las incesantes visiones y revisiones de nuestras decepciones, cuando nos damos cuenta de que no deberíamos esperar el éxito o un trato amable. No, merecemos el fracaso, el abandono y la ira. Esta es una faceta del mensaje evangélico poderosamente liberadora: ¡Nunca viviremos según nuestros propios principios! ¡Ni nosotros ni nadie! De hecho, la decepción de que deberíamos ser capaces de hacerlo surge de una creencia orgullosa de nuestras propias habilidades, autosuficiencia y nuestra pretensión de superioridad moral -creencias que se oponen directamente al Evangelio. No necesitamos ajustes menores; todos estamos desesperados por un Redentor que nos contente a todos. La persona deprimida debería preguntar: “¿Qué creo que merezco? ¿Qué espero de mí mismo, de los demás? ¿Realmente creo que soy tan pecador y débil como las Escrituras dicen que soy? ¿Creo que debería tener éxito, ser apreciado o sin pecado?”

Mateo 6:21: “Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón,” también va dirigido a aquéllos que están deprimidos. En cierto modo, la depresión es una lenta y dolorosa muerte del deseo, la enfermedad del corazón que surge del repetido aplazamiento de la esperanza (Proverbios 13:12). La esperanza que mantiene al corazón cuando se persigue un deseo valorado se ha debilitado (o ha desaparecido) para las personas deprimidas. Entonces, ¿qué es lo que valoras? ¿Qué crees que te traerá la felicidad? ¿A quién o qué adoras? ¿Qué darías sentido a su vida? ¿La vida de quién codicias?

La buena noticia es que quizás esta dolorosa depresión es el modo en que Dios te muestra a los falsos dioses: los dioses del éxito, el romance, la aceptación, la seguridad, la reputación. ¿Está tu corazón enfermo? ¿Cuáles de los deseos que anhelas no se han cumplido? ¿Por qué los deseas del modo en que lo haces? ¿Por qué un Dios amoroso los ha retenido de ti?

Empapar nuestro alma del mensaje del Evangelio transformará poderosamente el locus de nuestro tesoro. En lugar de apreciar el éxito o la autoestima podemos aprender a apreciar al Señor por haber prodigado dicho amor a aquéllos que no lo merecen (Juan I 4:7-10). El tesoro que todo lo satisface se encuentra en este mensaje del Evangelio: “Es cierto que soy más pecador e imperfecto de lo que jamás podría creer, y esa verdad me libera del engaño de que alguna vez pueda estar satisfecho de mí mismo; pero también soy más amado y bienvenido de lo que jamás hubiese esperado, y esa verdad me reconforta y me anima cuando mi corazón me condena y mis preciados deseos no se cumplen. Me asegura que, aunque luche por aceptarme a mí mismo, el Rey de los Cielos me ha declarado justo. Lo que realmente necesitaba - perdón, bienvenida y amor duradero, todo me lo ha dado Cristo.”

“Esta es la verdad liberadora que puedes conocer a través de la depresión: Tu no has sido creado para amar y adorar más otra cosa que para amar y adorar a Dios; y cuando hagas menos de esto, te sentirás mal. Dios te ha creado para que sientas dolor cuando pongas otros tesoros por encima de Él. Él quiere que tu lo aprecies como a un tesoro.” (Elyse Fitzpatrick, Will Medicine Stop the Pain? pág. 102).

Podemos luchar contra el desánimo, la desesperación y la desesperanza cuando tenemos en cuenta a Jesús, como actuó él y, sí, incluso como completó nuestra fe (que según parece es débil); como “ante la alegría que le fue propuesta, soportó la cruz, despreció la vergüenza, y se sienta a la derecha del Padre”. Debemos “tenerlo en cuenta… para no desesperarnos y que nuestro corazón no se desanime (Hebreos 12:2-3). En lugar de tenernos en cuenta a nosotros mismos, nuestra historia, humillación y fracaso, debemos tenerlo en cuenta a Él.

La persona que sufre de depresión necesita oir repetidamente esta cariñosa afirmación: “Confía, hijo mío, tus pecados son perdonados.” En el Evangelio de San Mateo leemos sobre un paralítico cuyos amigos lo llevaron ante Jesús. Aunque no sabemos quiénes eran, podemos suponer qué querían. ¿Qué era lo que esperaban? La curación, por supuesto. Este inválido y sus amigos esperaban que Jesús pudiera hacerle andar de nuevo. Pero Jesús tenía una perspectiva diferente sobre la verdadera necesidad de esta persona. En lugar de decir al principio: “Estás curado. Levántate y anda,” dijo, “Confía, hijo mío, tus pecados son perdonados” (Mateo 9:2-3).

Las personas deprimidas no sólo necesitan sentirse mejor. Necesitan a un Redentor que diga: “Confía, hijo mío, hija mía; se te ha dado lo que realmente necesitas. No es necesario que la vida consista en la bondad, el éxito, la rectitud o el fracaso. Te he concedido algo infinitamente más valioso que las sensaciones agradables: el perdón de tus pecados.” Este perdón elimina de forma permanente no sólo el pecado externo evidente, sino también la incredulidad oculta, la falta de fe, el orgullo, la autosuficiencia y la apatía. En lugar de que el Evangelio sea auxiliar para la vida de los deprimidos, todo lo demás debería ser auxiliar del Evangelio.

Al igual que los amigos del paralítico, debemos llevar a nuestros amigos y hermanos desanimados ante Jesús. Su dulce verdad les será cariñosamente transmitida a través de una sabia y paciente comunidad de fe. Es necesario que los otros, que saben que son como los deprimidos: estatuas de barro llenas del tesoro transformador de la vida, inmesurablemente indignas pero sin embargo inmesurablemente amadas, les hagan llegar el apoyo para creer la verdad del Evangelio en lugar de las mentiras de Satanás y el respaldo para salir adelante desde la fe, tal vez inclusa esto simplemente subir las persianas o dar una vuelta a la manzana.

El poder para transformar a los deprimidos pertenece únicamente a Dios, por eso confiamos en que “Áquel que resucitó al Señor Jesucristo también nos resucitará y nos llevará ante su presencia… Así que no perdamos la esperanza. A pesar de que nuestra naturaleza externa se estropee, nuestra naturaleza interna se renueva día a día.” (Corintios II 4:14-16)

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