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Uno de los versos citados más equivocadamente en la Biblia provienen de los Proverbios 16:18: “El orgullo precede a la destrucción, y un espíritu altivo a la caída”. La cita equivocada minimiza el verso, de forma que sencillamente dice, “El orgullo precede a la caída”. Aunque esta cita errónea textualmente no es exacta, capta a la perfección la verdad del proverbio. En realidad, el orgullo es el precursor de una caída y el iniciador de la destrucción.

Vemos esto ilustrado de forma dramática en la narración bíblica de la Torre de Babel:

“Ahora toda la tierra tenía una única lengua y un sólo discurso. Y ocurrió que, mientras viajaban desde el este, encontraron una llanura en la tierra de Shinar, y allí se quedaron a vivir. Entonces se dijeron el uno al otro: “Venga, vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos del todo”. Tenían ladrillos en lugar de piedras, y asfalto en lugar de mortero. Y dijeron: “Venga, vamos a construirnos una ciudad, no sea que nos dispersemos por tierras extranjeras en la superficie del globo”. Pero el Señor bajó par ver la ciudad y la torre que los hijos de los hombres habían construido. Y el Señor dijo: “Realmente las personas son una y todos tienen una lengua, y esto es lo que empiezan a hacer; ahora nada de lo que se propongan hacer se les ocultará. Venga, bajemos y confundamos su lengua, para que no puedan entender el discurso del otro”” (Gen. 11:1–7).

La Torre de Babel fue el primer rascacielos del mundo, probablemente una escalera alta o ziggurat que desprendía connotaciones religiosas. Como Martín Lutero notó en sus Conferencias sobre el Génesis, en la Edad Media se desarrollaron todo tipo de mitos y leyendas relacionados con esta estructura. Algunos argumentaban que fue construida como un refugio para que las personas pudieran escapar de otra inundación, ignorando la promesa de Dios de que nunca más volvería a destruir el mundo con un diluvio. Otros sostenían que la estructura alcanzaba una altura de 15 kilómetros, tan alta que desde ella se podían oír las voces de los ángeles cantando en el cielo. Pero estos cuentos especulativos pierden de vista lo fundamental y ofrecen una visión poco acertada sobre el tema.

Como quiera que sea, la narración desarrolla el punto de vista de que la Torre de Babel en realidad no fue construida para honrar la gloria de Dios. Era un monumento que representaba el orgullo humano. Lutero observó: “Creo que sus motivos están expresados en las palabras, ‘Venga, vamos a construirnos una ciudad y una torre’. Estas palabras ponen en evidencia unos corazones petulantes y engreídos, que ponen su confianza en las cosas de este mundo sin confiar en Dios, y desprecian a la Iglesia porque carece de todo el poder y la pompa”. Más tarde añadiría: “¿No fue éste un orgullo colosal y un gran desprecio por Dios, de manera que sin pedir consejo a Dios se atrevieron a llevar a cabo un proyecto tan inmenso bajo su propia responsabilidad?”

El lema del orgullo se puede ver incluso más claramente en la arrogante declaración “Vamos a construirnos un nombre”. En la Oración del Señor, la primera petición que Jesús nos instruyó que hiciéramos era que el nombre de Dios fuera santificado. Esta petición está claramente relacionada con los ruegos que siguen— “Que venga a nosotros Tu reino, hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. El reino de Dios está manifiestamente presente en el cielo. Allí siempre se hace Su voluntad y allí Su nombre es santificado. Pero Su reino no está presente y Su voluntad no se hace donde Su nombre no es santificado. En Shinar, los hombres buscaban santificar y exaltar sus propios nombres. Esto era la vuelta al Edén, donde se repitió la tentación de comportarse como dioses.

La construcción de esta torre hacia el cielo era un intento de la apoteosis de la humanidad, la auto divinización de los hijos de los hombres. Esto muestra cómo piensa realmente la “Nueva Era”. Refleja lo que Pablo declara que es el pecado universal de la humanidad; la negación a honrar a Dios como Dios y de serle agradecidos (Rom. 1:21). El acto de construir la Torre de Babel fue un acto de apostasía. Estaba bajo el disfraz de la religión, como suele estar la apostasía, pero tal religión es la idolatría pagana que siempre busca adorar a la criatura antes que al Creador. Implica la sustitución de un dios falso por el Dios verdadero. Lutero comenta: “No fue un pecado en sí mismo erigir una torre, pues los santos habían hecho lo mismo… Éste, sin embargo, es su pecado: atribuyen su propio nombre a la estructura…” En este acto, el verdadero culto es reemplazado por un culto centrado en el hombre.

El Génesis nos cuenta que en respuesta a este acto humano de hibris, “el SEÑOR bajó a la ciudad que los hijos de los hombres habían construido”. Esto recuerda a la situación del Edén, cuando Dios bajó al jardín, provocando que Adán y Eva escaparan para ponerse a cubierto. No era como si el Dios omnisciente y omnipresente no estuviera al corriente de la situación. Más bien, la narración indica una visita de Dios mediante la cual llegó a estas personas para juzgarlas. El orgullo que antecede a la destrucción y el espíritu altivo que precede a la caída es una actitud de desafío hacia Dios. Es una actitud que asume que Dios no es consciente de lo que está sucediendo o, si lo es, no tiene el poder suficiente como para hacer algo al respecto. El pecado sin castigar evoca una temeridad en el pecado por la que se vuelve incluso más descarado en su desafío. El pecador confunde la paciencia y el sufrimiento de Dios con impotencia, y descuidadamente amontona ira hacia sí mismo para el día de la ira. Cuando más se retrase el juicio, peor será la caída.

El castigo que Dios asignó a Babel fue la confusión del lenguaje humano y la disgregación de un orden mundial unido. Este juicio golpeó en el corazón de la empresa humana, y apuñaló el núcleo de la actividad humana política y económica. Ahora las personas están agrupadas en órdenes políticos, mientras que una lengua común enfrenta a una nación con otras naciones. Esto alimenta la hostilidad internacional, mientras las naciones se levantan contra las naciones. La barrera del lenguaje también representa un obstáculo mayor para el comercio internacional, agravando aún más la hostilidad y demostrando el axioma de que “cuando los bienes y los servicios cruzan las fronteras, los soldados rara vez lo hacen”.

La desintegración de la armonía humana por medio de la confusión de las lenguas tiene consecuencias que alcanzan muchos ámbitos y son de larga duración. Lutero consideraba la confusión del lenguaje humano como un juicio más severo que el mismo Diluvio. ¿Cómo es eso? Después de todo, el Diluvio destruyó la población entera del mundo, excepto a Noé y su familia. El razonamiento de Lutero era el siguiente: “El Diluvio sólo dañó a los humanos que estaban vivos en ese momento, mientras que la confusión de las lenguas dañó a toda la humanidad hasta el fin de los tiempos. La razón que Dios ofreció por este castigo en particular fue que nada pecaminoso que los seres humanos se propusieran hacer se lograría fácilmente.

La historia humana es el registro de las criaturas que han buscado construir imperios para ellas misma. Ningún imperio ha perdurado en el tiempo. Esto es verdadero tanto para imperios políticos como económicos. El único final posible para el orgullo es la destrucción. Los orgullosos pueden aguantar una estación, pero antes o después caerán. Hoy nos movemos inexorablemente hacia un pueblo global unificado. El ordenador nos ofrece un lenguaje nuevo y universal. ¿Pero qué ocurre si el lenguaje de los ordenadores falla? ¿Qué ocurre si la economía global falla? ¿Dónde estará nuestro orgullo entonces?

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