This Great Salvation/Does Anyone Believe in Sin?/es
From Gospel Translations
Un domingo por la tarde, hace algunos años atrás, me encontraba limpiando el garaje. Mi hijo mayor, que entonces tenía cerca de cuatro años, estaba...como quién dice, ayudándome. Yo lo observaba mientras él contemplaba varios objetos peligrosos.
–¿Qué es esto, papá?
–Ese es el cincel de papá. No lo toques.
–¿Qué es esto, papá?
–Esa es la lata para la gasolina. Por favor no te acerques a ella. ¡No! No hijo, no levantes ese serrucho.
Las cosas siguieron así por un rato hasta que, por fin irritado, mi hijo dijo: “¡Papá! ¡Todo lo que me dices que no haga es lo que yo quiero hacer!”
Quizás lo mismo dijo Adán, pensé para mis adentros. Ahora podía sentirme seguro en el conocimiento de que mi hijo era un miembro auténtico de la raza humana. Y así es con todos nosotros.
¿Cuál es el Problema?
Haz una encuesta informal entre tus vecinos, amigos y compañeros de trabajo y pregúntales qué es lo que consideran ser el problema más básico de la humanidad. Su respuesta probablemente sea la ignorancia o la falta de educación. “Si tan sólo la gente fuera mejor educada, si pudieran ver todo el panorama, entonces no habrían tantas dificultades”. “Más enseñanzas sobre el sexo prevendría el SIDA y los embarazos indeseados. Más educación eliminaría el racismo y los malentendidos que separan a las personas. Mejor educación permitiría que los pobres consiguieran mejores trabajos y que evitaran las drogas y el crimen”.
Thomas Greer, en un reciente libro sobre la civilización occidental, declara que durante el siglo XVIII, el siglo de la ilustración, los pensadores importantes consideraban la ciencia y la educación como la respuesta al dilema humano. Greer dice: “El mundo jamás volvería a ser el mismo; la creencia en la ciencia y la educación se convirtió en una característica del mundo moderno. En los Estados Unidos, fundado durante el pináculo del siglo de la ilustración, esa creencia ha permanecido como un artículo de fe nacional aunque hoy está siendo cuestionada más que nunca” (énfasis nuestro).[1] Aunque es cierto que la ignorancia tiene sus víctimas, hay un problema todavía más básico.
Uno de los que cuestionaron ese “artículo de fe nacional” fue el eminente psiquiatra Karl Menninger. A principios de la década de los setentas él escribió un pequeño libro con el provocativo título: “¿Qué pasó con el pecado?” En él observó que la palabra “pecado” y el concepto que representaba comenzaron a desaparecer de nuestra cultura a mediados del siglo veinte.
En todos los lamentos y reproches que hacen nuestros adivinos y profetas no vemos ninguna mención del ‘pecado’, una palabra que solía ser un verdadero atalaya de los profetas. Una palabra que siempre estaba presente en la mente de todos, pero ahora se oye raramente. ¿Quiere eso decir que el pecado ya no tiene que ver con todas nuestras dificultades? ¿Es que acaso ya nadie es culpable de nada? ¿Culpable quizás de un pecado del que nos podríamos arrepentir o reparar o expiar? ¿Se trata sólo de que alguien puede ser ignorante, criminal, estar enfermo–o dormido? Se cometen cosas malas, eso lo sabemos; la cizaña se siembra de noche entre el trigo. Pero ¿acaso nadie es responsable; acaso nadie tiene que dar cuenta de estos hechos? Todos reconocemos la ansiedad y la depresión, y aún los sentimientos imprecisos de culpabilidad; pero ¿es que nadie ha cometido pecado?...La mera palabra ‘pecado’, que parece haber desaparecido, era una palabra orgullosa. Solía ser una palabra fuerte, una palabra nefasta y seria. Describía un punto central en el plan para la vida y el estilo de vivir de todo ser humano civilizado. Pero la palabra se fue. Casi ha desaparecido–la palabra, junto con el concepto. ¿Por qué? ¿Acaso ya nadie más peca? ¿Es que ya nadie cree en el pecado?[2]
El Dr. Menninger debe ser aplaudido por ir mucho más allá que otros en su campo. Y en respecto a sus observaciones, el tiene mucha razón. El modelo moral para comprender las responsabilidades y los problemas humanos ha sido casi totalmente reemplazado por un modelo médico, de modo que a los individuos que cometen crímenes horrendos, raramente se les llama “malvados”, “malos” o “pecadores”, sino “perturbados”, “enfermos mentales” o “dementes”.– James Buchanan
Pero un estudio más detenido del libro del Dr. Menninger muestra que a pesar de su apelación para que la sociedad vuelva a considerar el pecado como un medio para comprender la naturaleza humana, él mismo posee una comprensión del asunto considerablemente inadecuada. Ve el pecado en un nivel totalmente horizontal, el pecado de una persona contra otra o quizás contra sí misma. Pero para comprender de verdad la naturaleza del pecado debemos reconocer su dimensión vertical: El pecado es principalmente una ofensa contra Dios.
El Salmo 51 nos ofrece un vívido ejemplo de esta verdad. En este salmo David dejó correr el llanto de su corazón ante Dios en arrepentimiento. Había sido externamente reprendido por el profeta Natán e interiormente reprobado por el Espíritu por su adulterio con Betsabé y por arreglar la muerte de su esposo para encubrirlo. Pero a pesar de lo que había hecho, David clama a Dios: “Contra ti he pecado, sólo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos” (Sal. 51:4). David no negaba su pecado contra Betsabé y Urías, pero reconocía la característica más fea de cualquier pecado, sin importar el tipo: es contra Dios.
Pecado–¡qué tema tan desagradable! Y además difícil. Pero es absolutamente esencial que consideremos este asunto, porque si nuestra percepción del pecado es incorrecta, así será también nuestro conocimiento de Dios, de Jesucristo, del Espíritu Santo, de la ley de Dios, del evangelio y del camino de salvación. Un correcto entendimiento de lo que es el pecado es el último botón en la camisa de la teología cristiana. Si está fuera de lugar, toda la vestimenta estará torcida sin esperanza.
La Seriedad del Pecado
Subestimar el pecado es algo tan común como el pecado mismo. No es raro oír a la gente referirse a su propio pecado como una “debilidad” o una “falta”. “Nadie es perfecto”, dicen. Quizás hasta sean lo suficientemente valientes como para admitir: “Cometí un error en mi juicio”. Pero el pecado no es algo ligero. Si no hay pecado, entonces no hay salvación. Si no somos grandes pecadores, entonces Cristo no es un gran Salvador.
– John Bunyan
The fact that we’re all affected by sin puts us at a disad- vantage in our attempt to understand it. On our own, we simply cannot come to clear views on the matter. Thankfully, God has provided us with his infallible Word on the subject. The beginning chapters of Genesis spell out humanity’s sinful dilemma, and the remainder of Scripture can be read as God’s solution to the problem.
En el espacio de cinco versículos cortos la Biblia nos describe como inútiles, impíos, pecadores, y enemigos de Dios (Ro. 5:6-10). La Palabra de Dios nos dice que el pecado es universal. El pecado es engañoso. El pecado también es tenaz y poderoso. El pecado es tan abrumador que hay sólo una fuerza en todo el universo que lo puede vencer. Sólo una fuerza, que habita en una Persona, puede vencerlo porque sólo una Persona ha existido sin él. Como el ángel le dijo a José: “Le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21).
Como complemento a la enseñanza de las Escrituras están los testimonios, a través de la historia de la Iglesia, de hombres y mujeres piadosos que se han dado cuenta de su pecaminosidad en proporción directa con su comunión con Dios. Escucha cómo estos grandes santos de la Biblia se evaluaban a sí mismos:
David: “¡He pecado contra el Señor!” (2S. 12:13).
Isaías: “Soy un hombre de labios impuros” (Is. 6:5).
Pedro: “¡Apártate de mí, Señor; soy un pecador!” (Lc. 5:8).
Pablo: “Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1Ti. 1:15).
El pecado es la transgresión de la ley (1Jn. 3:4). Dios dio la ley y la respalda. Cuando quebrantamos las leyes de Dios, el lo toma personalmente. Si pudiéramos ver a Dios detrás de cada situación cuando su ley es quebrantada y sentir su ira santa, comprenderíamos mejor cuán serio es el pecado.
El sacerdote israelita Elí reprendió a sus hijos necios e inmorales con estas palabras: “Si alguien peca contra otra persona, Dios le servirá de árbitro; pero si peca contra el Señor, ¿quién podrá interceder por él?” (1S. 2:25). Desafortunadamente, sus palabras fueron muy pocas y demasiado tarde para hacer que sus hijos se arrepintieran. No se dieron suficiente cuenta de la seriedad del pecado.
Bienvenido al Corral de Cerdos
La esencia del pecado ha sido descrita como el egoísmo. Este pensamiento está bien captado en Isaías 53:6: “Todos andábamos perdidos, como ovejas; cada uno seguía su propio camino”. Veamos más detenidamente las implicaciones de este versículo.
Como ovejas. . Las ovejas, siendo las menos inteligentes de entre los animales de granja, normalmente no se dan cuenta del peligro hasta que es demasiado tarde.
Perdidos. . La tendencia natural de las ovejas es divagar. A menos que el pastor las mantenga dentro del rebaño, pronto se descarrían del camino.
Cada uno. El pecado es un problema universal, que nos afecta a todos.
Su propio camino. Este es el centro del asunto. Queremos vivir la vida sin referencia al Dios que nos hizo y nos sostiene, y a quien debemos nuestro próximo aliento. Oye estas palabras de William Ernest Henley, una “oveja perdida” que parece haber sido endurecido a su propia manera:
No importa cuán angosta es la puerta, Cuán cargado de castigo el pergamino; Yo soy el dueño de mi destino, Yo soy el capitán de mi alma. [5]
El alcance del pecado es tan grande que la Biblia usa muchas palabras para comunicar su horrible naturaleza y sus efectos desastrosos. Envueltas en esa palabra se encuentran ideas como rebelión, maldad, confusión, vergüenza, no dar al blanco, infidelidad, libertinaje, ignorancia, desobediencia, corrupción y más.
Cualquiera que lee los primeros tres capítulos de la carta de Pablo a los cristianos romanos se encuentra con su severo reproche a la raza humana. Tanto el judío como el gentil es prisionero del pecado. Las palabras de Pablo son tan fuertes e inequívocas que la tendencia del lector es calificar al razonamiento de Pablo como extremo. “Bueno, ¡debe estar refiriéndose a Jack el Destripador o a Adolfo Hitler!” Pero no es así. Está hablando de ti y de mí. “No hay un solo justo, ni siquiera uno. . . No hay nadie que haga lo bueno. . . pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Ro 3:10, 12, 23). Esto ofrece un cuadro desfavorable de la raza humana.
Parte de nuestro problema es que tendemos a evaluar nuestra pecaminosidad en relación a los demás. Comparado con Atila, rey de los hunos, yo estoy muy bien. Pero comparado con Madre Teresa, no lo estoy. A menos que Dios nos revele el alcance de nuestro pecado, no podemos discernir nuestra propia depravación.
– John Owen
Durante la década de los ochentas yo vivía en la bella área rural de Lancaster, Pennsylvania. La vida ahí era agradable en todo respecto menos en uno: Nunca me acostumbré al olor del estiércol. Los cerdos eran los peores. Pero es interesante que aunque su olor me parecía repugnante, a los cerdos no les importaba en lo mínimo. Como ha dicho J.C. Ryle: “Los mismos animales cuyo olor es tan ofensivo para nosotros no tienen idea de que son ofensivos y no son ofensivos los unos a los otros”.[7] Según parece, el hombre caído no puede tener una idea adecuada de lo vil que es el pecado ante un Dios santo y perfecto.
¿Cómo fue que caímos en este triste estado?
¿Qué fue lo que le sucedió a la raza humana?
¿Puede el Leopardo Quitarse sus Manchas?
En el quinto capítulo de Romanos (versículos 12-21), Pablo explica de dónde proviene nuestro pecado y de dónde proviene nuestro perdón. Desde el principio se debe notar que nuestra discusión de la pecaminosidad del hombre se relaciona a su estado natural aparte de la gracia. La relación del hombre con el pecado ha sido radicalmente cambiada por medio de la obra redentora de Cristo.
Supongamos que tan pronto que Dios sale del jardín el hombre corre y se lanza dentro del hoyo. A las tres de la tarde Dios vuelve y encuentra los arbustos sin podar. Llama al jardinero y oye un grito lejano desde la orilla del jardín. Camina hasta la orilla del hoyo y ve en el fondo al jardinero indefenso batiendo los brazos por todos lados. Dios le dice al jardinero: “¿Por qué no has podado los arbustos que te dije que podaras?” El jardinero responde enojado: “¿Cómo esperas que pode esos arbustos cuando estoy atrapado en este hoyo? Si no hubieras dejado este hoyo vacío aquí, yo no estuviera en este aprieto”.
Adán se lanzó al hoyo. En Adán todos nos lanzamos al hoyo. Dios no nos lanzó al hoyo. Adán fue claramente advertido del hoyo. Dios le dijo que se mantuviera lejos. Las consecuencias que experimentó Adán por estar en el hoyo fueron un castigo directo por haberse lanzado en él. . . .
Nacemos pecadores porque en Adán todos caímos. Hasta la palabra “caída” es un eufemismo. Es una opinión optimista del asunto. La palabra “caída” sugiere cierto accidente. El no era Humpty-Dumpty [el huevo que se cayó del muro]. No fue que Adán simplemente se deslizara al pecado; el se lanzó a él con ambos pies. Nosotros nos lanzamos de cabeza con él[8]."– R.C. Sproul
Sin came upon all men because of the sin of one man—Adam. This is proven by the fact that all men die, physical death being the penalty for sin.
Cuando yo estaba en mi tercer año de secundaria, estudiamos la era de los puritanos en América. Recuerdo haber visto un texto que contenía lo siguiente: “En la caída de Adán, todos pecamos”. Todavía puedo recordar cuán provocado me sentí por esas palabras. En ese momento yo pensé: ¡Es simplemente algo malo lavar el cerebro de los jóvenes de esa manera! Luego, pensando más en términos de mí mismo, me disgusté de verdad. No veo por qué yo debo de ser arrastrado junto con Adán. Después de todo, ¡ni lo conozco! Decir que ésta doctrina me ofendió sería subestimar la realidad. Ofende a nuestro sentido de justicia. El hombre natural lo encuentra extremadamente ofensivo. (Lo cual es una de las razones principales por las que ahora creo que es verdad.)
El propósito de Pablo al describir nuestra pecaminosidad innata no es irritar sino informar. Comprender nuestra relación con Adán nos da un nuevo aprecio para nuestra relación con Jesucristo. El pastor renombrado D. Martyn Lloyd-Jones ha escrito: “Si me dices, ‘¿es justo que el pecado de Adán me sea imputado a mí?’, yo contestaré preguntándote: ‘¿Es justo que la justicia de Cristo te sea imputada a ti?’”[9]
El pecado es la herencia universal que nos viene de nuestro padre común, Adán. Por naturaleza somos culpables y antagonistas hacia Dios. Esta enseñanza se conoce como el pecado original y describe la condición caída del hombre. Contradice directamente la idea de que todos venimos al mundo con una cuenta en blanco, sin pecado e inocentes. Aunque el hombre sigue llevando la imagen de Dios, esa imagen se ha desfigurado. Ahora es como las ruinas de un antiguo templo. Las señas de grandeza todavía se pueden ver, pero la gloria ha partido. Como con un espejo rajado, la imagen permanece pero muy distorsionada.
El pecado original incluye dos aspectos adicionales:
Depravación total. Esta es una palabra que es generalmente mal entendida y por lo tanto es descartada. No quiere decir que el hombre es tan malo como podría ser. Eso sería absoluta depravación. La depravación total indica que la corrupción del pecado afecta al hombre en cada parte de su vida: Su mente, sus emociones, su voluntad, y su cuerpo. No hay nada en el hombre que no haya sido afectado por el pecado.
Incapacidad total. Esto no quiere decir que el hombre no puede hacer nada bueno según las normas humanas. El todavía puede hacer actos de justicia externos y puede poseer muchas cualidades atractivas. Pero en respecto a las cosas espirituales, no tiene ningún poder. Aún las cosas “buenas” que hace están manchadas por el pecado. Para comentar sobre el tema la Confesión Westminster dice: “Al haber caído en pecado, el hombre ha perdido totalmente su capacidad para hacer algo que contribuya a su salvación”.
La facilidad con la que aprenden a decir “¡No!” La facilidad con la que pueden olvidar lo que se les dice. La manera admirable en que dos niños pueden querer el mismo juguete–el que no les ha interesado durante casi seis semanas–al mismo tiempo, ignorando todos los demás juguetes que tienen disponibles.
La universalidad de los berrinches y gimoteos.Donald MacLeod dice: “[Incapacidad total] quiere decir que la conversión está más allá de la capacidad del hombre natural”.[10] Aparte de Cristo, nada que el hombre haga puede agradar a Dios porque no está motivado ni por la gracia de Dios ni se interesa por la gloria de Dios. Y Dios está supremamente interesado en nuestros motivos.
Jeremías da expresión a la incapacidad total cuando pregunta: “¿Puede el etíope cambiar de piel, o el leopardo quitarse sus manchas? ¡Pues tampoco ustedes pueden hacer el bien, acostumbrados como están a hacer el mal!” (Jer. 13:23). Cuando Pablo les dijo a los efesios que habían estado muertos en sus transgresiones y pecados, él les estaba ayudando a comprender no sólo la gracia irresistible de Dios para salvarlos, sino también la absoluta necesidad que ellos tenían de esa gracia. Una persona muerta no puede de ninguna manera participar en su salvación.
Entonces ¿qué sucede después de la conversión? ¿Ya no está presente el pecado? ¡Oh, si tan sólo ese fuera el caso! El poder del pecado sobre el que ha nacido de nuevo está ciertamente roto. Romanos 6 clarifica que aunque la presencia del pecado todavía es un factor, nuestra conexión con él ha sido radicalmente alterada. El Espíritu Santo ahora mora dentro de nosotros, enseñándonos cómo debemos caminar en Dios. Ya no somos esclavos del pecado. Ya no nos domina ni nos posee; no estamos obligados a obedecer los impulsos del pecado. La amenaza de juicio ya no está sobre nuestra cabeza. Pero seguimos sintiendo la influencia del pecado.
– William S. Plumer
Castigo -- Poder -- Presencia
Una buena manera de comprender nuestra liberación del pecado emplea tres diferentes tiempos: Hemos sido librados del castigo del pecado; estamos siendo librados del poder del pecado; seremos librados de la presencia del pecado. Sin embargo, tan irónico como parezca, cuanto más cerca caminamos con Dios, más grande será nuestro conocimiento y consciencia del pecado. Yo recuerdo de niño cómo me fascinaban las partículas de polvo que danzaban en los rayos de luz que penetraban por la ventana. El polvo estaba presente en todas partes, pero sólo se hacía visible por la luz. Así es con el pecado. Es revelado por la luz de la Palabra y el Espíritu de Dios. Cuanto más fuerte la luz, más evidente el polvo.
Hierba Fea con Profundas Raíces
Como amante de libros antiguos, especialmente de los escritos de los puritanos, frecuentemente me he encontrado luchando con el énfasis que las generaciones anteriores le daban al pecado, aún en la vida de los que han sido convertidos. ¿Dónde estaba la victoria en su vida? me preguntaba durante mi primer encuentro con sus escritos. Desde entonces he llegado a comprender que su consciencia del pecado, tan aguda como era, no excedía a su consciencia de la gracia y la misericordia de Dios al perdonar ese pecado.
Considera a Jonathan Edwards, por ejemplo, conocido tanto por su vida santa como por su gran conocimiento. Edwards hizo mención de tener un “enorme sentido de mi propia pecaminosidad y de la maldad de mi corazón que jamás tuve antes de mi conversión” –¡una señal de salud espiritual, en su opinión! [12] Su descendiente y biógrafo, Serano Dwight, sintió la necesidad de explicar el pensamiento de su abuelo. No era que Edwards tuviera más pecaminosidad, escribió Dwight, sino que él tenía un mayor sentido de ella. Luego clarificó su observación con una analogía:
Supongamos que un ciego tuviera un jardín lleno de hierba fea y venenosa. Esta hierba está presente en su jardín pero él no se da cuenta. Ahora supongamos que el jardín es desherbado en su mayor parte, y que muchas bellas y valiosas plantas y flores han reemplazado a la hierba. El hombre luego recobra la vista. Hay menos hierba, pero él se da más cuenta de ella. De modo que cuanto más clara es nuestra visión espiritual, más grande es nuestra consciencia del pecado.[13]
– John MacArthur, Jr.
Las siguientes palabras de J.C. Ryle ofrecen una elocuente conclusión a nuestro capítulo sobre la doctrina del pecado:
El pecado–ésta infección de la naturaleza permanece, sí, hasta en los que están regenerados. Tan profundas son las raíces de la corrupción humana, que aún después de haber nacido de nuevo, de haber sido renovados, lavados, santificados, justificados, y hechos miembros vivientes de Cristo, esas raíces permanecen vivas en el fondo de nuestro corazón y, como la lepra en las paredes de la casa, jamás nos deshacemos de ellas hasta que la casa terrenal de este tabernáculo sea disuelta. No hay duda de que el pecado, en el corazón del creyente, ya no tiene el dominio. Está dominado, controlado, mortificado, y crucificado por el poder expulsivo del nuevo precepto de la gracia. La vida del creyente es una vida de victoria y no de fracaso. Pero las mismas luchas que suceden dentro de él, la lucha diaria que ve necesario lidiar, el celo cuidadoso que se ve obligado a ejercer sobre su ser interior, la batalla entre la carne y el espíritu, los gemidos interiores que nadie conoce salvo el que los ha experimentado–todos testifican a la misma gran verdad: El enorme poder y la vitalidad del pecado…. Dichoso es el creyente que lo comprende y, aunque se regocija en Jesucristo, no tiene confianza en la carne, y aunque dice ‘gracias a Dios que nos da la victoria’, jamás se olvida de vigilar y orar para no caer en tentación.[15]
Discusión en Grupo
- Divide al grupo en dos equipos, el de la “Ciencia/Educación” y el de la “Salvación”. Concede a cada grupo que propongan, alternadamente, los males sociales que podrían curar. ¿Cuál grupo hizo más por la humanidad?
- “El modelo moral para comprender las responsabilidades y los problemas humanos ha sido casi totalmente reemplazado por un modelo médico”, dice el autor (página 14). ¿Qué evidencia de ese cambio observas en el cuerpo de Cristo?
- ¿No es Dios lo suficientemente maduro como para no molestarse por nuestros pecadillos insignificantes?
- En escala del uno al diez, indica lo que dice tu estilo de vida sobre la seriedad del pecado. (1 = nada serio, 10 = muy serio)
- ¿Cómo se define la esencia del pecado? (Página 17) ¿Estás de acuerdo?
- Lee Romanos 3:10-18 en voz alta. Se totalmente sincero: ¿Luchas con el hecho de que, aparte de la gracia redentora de Dios, esto te describe a ti?
- ¿Qué heredamos de Adán? ¿De Jesús?
- ¿Cómo explicarías la “incapacidad total” (páginas 19-20) a alguien que no es cristiano?
- Repasa los tres tiempos de nuestra liberación del pecado (páginas 20-21). ¿Cómo te afectó esta explicación?
- Platica acerca de la oración final en la cita de conclusión por J.C. Ryle (página 22).
Lectura Recomendada
Chosen by God por R.C. Sproul (Wheaton, IL: Tyndale House Publishers, 1986)
Referencias
- ↑ Thomas Greer, A Brief History of the Western World, 5th Ed. (San Diego, CA: Harcourt Brace Jovanovich Publishers, 1987), p. 378.
- ↑ Karl Menninger, Whatever Became of Sin? (New York: Bantam Books, Inc., 1973), pp. 15–16.
- ↑ James Buchanan, The Doctrine of Justification (Grand Rapids, MI: Baker Book House, 1867, 1955), p. 222.
- ↑ John Bunyan de Gathered Gold (Hertfordshire, England: Evangelical Press, 1984), p. 291.
- ↑ William Ernest Henley de Bartlett’s Familiar Quotations (New York: Little, Brown, and Company, 1919), p. 829.
- ↑ William S. Plumer, The Grace of Christ (Philadelphia, PA: Presbyterian Board of Publication, 1853), p. 24.
- ↑ J.C. Ryle, Holiness (Hertfordshire, England: Evangelical Press, 1879, 1979), p. 65.
- ↑ R.C. Sproul, Chosen By God (Wheaton, IL: Tyndale House Publishers, 1986), pp. 97–98.
- ↑ D. Martyn Lloyd-Jones, Romans: Assurance, Chapter Five (Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House, 1972), p. 219.
- ↑ Donald MacLeod from Gathered Gold (Hertfordshire, England: Evangelical Press, 1984), p. 65.
- ↑ William Plumer, The Grace of Christ, p. 20.
- ↑ Jonathan Edwards, The Works of Jonathan Edwards, Vol. 1 (Carlisle, PA: The Banner of Truth Trust, 1974), p. xlvii.
- ↑ Idem.
- ↑ John MacArthur, Jr., Our Sufficiency in Christ (Dallas, TX: Word Publishing, 1991), p. 70.
- ↑ J.C. Ryle, Holiness, p. 5.