Why Do We Need to Be Born Again? Part 1/es

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Efesios 2:1-10
Tiempo atrás, vosotros también estabais muertos a causa de vuestros delitos y pecados. 2 En aquel entonces os dejabais arrastrar por las corrientes de este mundo, y obedecíais los dictados de ese príncipe que ejerce su poder en el aire y que actúa en el corazón de los que se rebelan contra el Señor – 3 También nosotros éramos así en otro tiempo, de modo que nuestra conducta estaba dominada por deseos puramente humanos. Empujados por toda clase de pasiones y malos pensamientos, lo perverso de nuestra naturaleza nos hacía objeto de la ira de Dios, lo mismo que a todos los demás. 4 Sin embargo, Dios es tan rico en misericordia y nos ha amado tanto 5 que, a pesar de estar ya muertos a causa de los pecados, nos dio nueva vida juntamente con Cristo (¡sólo por la gracia de Dios somos salvos!); 6 y juntamente con él, nos resucitó, y también con Cristo Jesús nos hizo sentar en los cielos. 7 Así Dios, en épocas venideras, mostrará su gracia infinita en la obra que, en su misericordia para con nosotros, realizó por medio de Cristo Jesús. 8 Y pensad esto: que solamente por gracia sois salvos mediante la fe en Cristo. No lo sois por vuestros propios merecimientos, sino tan sólo como un don de Dios, 9 pues la salvación no se obtiene por la bondad de nuestras obras, para que nadie tenga de qué jactarse. 10 Porque nosotros somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para llevar a cabo las buenas obras que de antemano dispuso Dios que realizásemos.

Uno de los mejores libros nunca escritos acerca de Dios, el llamado Institutos de Juan Calvino, comienza con la siguiente frase: “Casi toda la sabiduría que poseemos, y con esto nos referimos a la sabiduría verdadera y sensata, está formada por dos partes: el conocimiento de Dios y el de nosotros mismos”. Lo que necesitamos que se nos recuerde hoy en día no es que el conocimiento de Dios es difícil de entender y de adoptar (eso es más o menos evidente) sino que lo mismo ocurre con el conocimiento de nosotros mismos. De hecho, puede ser incluso más difícil; primero, porque para alcanzar el verdadero conocimiento de nosotros mismos debemos alcanzar el verdadero conocimiento de Dios, y, segundo, porque tendemos a pensar que nos conocemos, cuando en realidad, la profundidad de nuestra condición escapa nuestra comprensión sin la ayuda de Dios. ¿Quién puede conocer el corazón humano?

El profeta Jeremías escribió: “Más engañoso que todo, es el corazón, y sin remedio; ¿quién lo comprenderá?” (Jeremías 17:9). David dijo en el Salmo 19:12: “¿Quién puede discernir sus propios errores? Absuélveme de los que me son ocultos”. Dicho de otro modo, nunca llegamos a entender completamente nuestra condición de pecadores. Si nuestro perdón dependiera de cuan plenamente conocemos nuestros propios pecados, sin duda pereceríamos. Nadie conoce el alcance de su capacidad para pecar. Es más profunda de lo que nadie puede saber.

Pero la Biblia no nos deja sin una ayuda para conocernos a nosotros mismos. El hecho de que no podamos saber el alcance pleno de nuestra capacidad para pecar no quiere decir que no podamos conocer esta capacidad en profundidad. La Biblia proporciona un mensaje claro y devastador acerca del estado de nuestras propias almas. Y la razón de ello es para que sepamos lo que necesitamos y gritemos de alegría cuando Dios nos lo proporciona.


¿Por qué debemos nacer de nuevo?

Estamos tratando una serie sobre el nacer de nuevo. Hemos escuchado a Jesús decir en Juan 3:7: "Os es necesario nacer de nuevo". Y en Juan 3:3: "Quien no nazca de nuevo no podrá ver el reino de Dios". En otras palabras, nacer de nuevo es infinitamente serio. El cielo y el infierno penden de un hilo. No veremos el reino de Dios a no ser que nazcamos de nuevo. Lo que nos preguntamos hoy es ¿Por qué? ¿Por qué es tan necesario? ¿Por qué no hay otro remedio que sea suficiente, como hacer borrón y cuenta nueva o mejorar moralmente o la auto disciplina? ¿Por qué es necesaria esta cosa tan radical, espiritual y sobrenatural llamada nacer de nuevo o regenerarse? Esa es la pregunta que intentaremos responder hoy y la semana que viene.


Diagnóstico: Estamos muertos

El texto donde comenzamos es Efesios 2. Pablo dice dos veces, en los versículos 1 y 5, que estamos muertos a causa de nuestros delitos. Versículo 1: “Vosotros estabais muertos a causa de vuestros delitos y pecados.” Versículos 4-5: “Sin embargo, Dios es tan rico en misericordia y nos ha amado tanto que, a pesar de estar ya muertos a causa de los pecados, nos dio nueva vida juntamente con Cristo (¡sólo por la gracia de Dios somos salvos!)". Así Pablo nos describe como “muertos” dos veces.


Remedio: “Dios no da nueva vida”

El remedio para esto lo encontramos en el versículo 5: “Dios no da nueva vida” Nunca viviréis la plenitud de la grandeza del amor de Dios por vosotros si no veis su amor en relación con vuestro estado de muerte anterior. Porque el versículo 4 dice que la grandeza de su amor se muestra precisamente en esto: a pesar de estar ya muertos, nos dio nueva vida. “Sin embargo, Dios es tan rico en misericordia y nos ha amado tanto que, a pesar de estar ya muertos a causa de los pecados, nos dio nueva vida juntamente con Cristo". Debido a su gran amor por nosotros, nos dio nueva vida. Si no sabéis que estabais muertos, no conoceréis la plenitud del amor de Dios.

Yo asumo que este milagro, “nos dio nueva vida”, es virtualmente lo mismo que Jesús llama el nuevo nacimiento. No teníamos vida espiritual y entonces Dios nos elevó de ese estado de muerte espiritual. Y ahora estamos vivos. Esto es lo mismo que cuando Jesús dice que debemos nacer del Espíritu (Juan 3:5) y que “La vida que permanece procede del Espíritu” (Juan 6:63).


Amor de la nueva alianza

Entonces podemos decir que la tarea de regeneración, la del nacer de nuevo, la de recibir vida fluye de la riqueza de la misericordia de Dios y de la grandeza de su amor. “Sin embargo, Dios (1) es tan rico en misericordia y (2) nos ha amado tanto que, a pesar de estar ya muertos a causa de los pecados, nos dio nueva vida juntamente con Cristo". Esto es el amor de la nueva alianza. La clase de amor que Dios tiene para su novia. Él la encuentra muerta (Ezequiel 16:4-8), y le da su Hijo para que muera por ella, y a continuación le da la vida a ella. Y se la queda para siempre. “Les doy vida eterna”, dice Jesús, “y jamás morirán ni habrá quien me las arrebate” (Juan 10:28). ¿Por qué es necesario el nuevo nacimiento?

Así que la pregunta es: ¿Qué significa esto? ¿Este estar muerto? El Nuevo Testamento nos proporciona al menos diez respuestas. Si las consideramos con sinceridad y oración, nos harán profundamente humildes y harán que nos maravillemos por el regalo del nuevo nacimiento. Por tanto mi objetivo es hablar acerca de siete de ellas hoy y de las otras tres en la próxima ocasión, junto con la pregunta más amplia: ¿realmente necesitamos cambiar? ¿No podemos ser sencillamente perdonados y justificados? ¿No nos ganaríamos el cielo con eso? Pero eso lo dejaremos para la próxima vez.

Aquí están las siete explicaciones bíblicas de nuestra condición, lejos del nuevo nacimiento y de por qué este es tan importante.


1. Lejos del nuevo nacimiento, estamos muertos a causa de nuestros delitos y pecados (Efesios 2:1-2).

La muerte implica la ausencia de vida, pero no física o moralmente. Versículo 1: Nos “dejábamos arrastrar” por las corrientes de este mundo. Versículo 2: Nuestra conducta estaba dominada por “deseos” puramente humanos, y éramos “empujados por toda clase de pasiones y malos pensamientos”. Así que no estamos muertos en el sentido de que no podemos pecar, sino en el sentido de que no podemos ver o sentir la gloria de Cristo. Estamos espiritualmente muertos. No respondemos ni a Dios, ni a Cristo ni a la palabra. Ahora considerad como esto se despliega en otras nueve descripciones de nuestra condición antes de que nazcamos de nuevo.


2. Lejos del nuevo nacimiento, nuestra naturaleza nos hace objeto de la ira de Dios (Efesios 2:3).

Versículo 3: “Nuestra naturaleza nos hacía objeto de la ira de Dios, lo mismo que a todos los demás”. La intención de esto es clarificar que nuestro problema no reside tan sólo en lo que hacemos sino en lo que somos. Lejos del nuevo nacimiento, yo soy mi propio problema. Vosotros no sois my mayor problema. Mis padres no fueron mi mayor problema. Mis enemigos no son mi mayor problema. Yo soy my mayor problema. No mis acciones, ni mi circunstancias, y tampoco la gente que tengo alrededor, sino mi naturaleza, ella es mi problema personal más profundo.

Yo no tenía una naturaleza buena al principio, hice cosas malas y eso la convirtió en mala. “He aquí, yo nací en iniquidad, y en pecado me concibió mi madre” (Salmo 51:5). Esto es quien soy. Mi naturaleza es egoísta y egocéntrica, exigente y experta en hacerme sentir que otros son el problema. Si vuestra primera reacción a esta afirmación es “Yo conozco a gente así”, puede que estéis totalmente cegados por la falsedad de vuestro propio corazón.

Pablo describe nuestra naturaleza antes del nuevo nacimiento como “objetos de la ira de Dios”. En otras palabras, la ira de Dios nos pertenece de la misma manera que un padre le pertenece a los hijos. Nuestra naturaleza es tan rebelde, tan egoísta y tan cruel hacia la majestad de Dios, que su ira santa es una respuesta natural y correcta hacia nosotros.


3. Lejos del nuevo nacimiento, amamos más las tinieblas y odiamos la luz (Juan 3:19-20).

Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran malas. Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas. (Juan 3:19-20)

Las palabras de Jesús nos muestran aspectos de nuestra naturaleza lejos del nuevo nacimiento. No permanecemos neutrales cuando se acerca la luz espiritual, nos resistimos. Y no somos neutrales cuando nos envuelve la oscuridad espiritual, la adoptamos. Amor y odio permanecen activos en el corazón que no se ha regenerado. Y se mueven precisamente en las direcciones equivocadas, odiando lo que se debería amar y amando lo que se debería odiar.


4. Lejos del nuevo nacimiento, nuestros corazones son duros como la piedra (Ezequiel 36:26; Efesios 4:18).

La semana pasada ya vimos en Ezequiel 36:26, cuando Dios dice: “Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne”. Aquí, en Efesios 4:18, Pablo busca la evolución de nuestra condición a través de la oscuridad desde la ignorancia y a esta desde la dureza de corazón. “Con el entendimiento totalmente a oscuras. Por su ignorancia y por la dureza de su corazón permanecen alejados de la vida que Dios ofrece”. La raíz de nuestro problema no es la ignorancia. Hay algo más profundo. “Por su ignorancia y por la dureza de su corazón”. La nuestra es una ignorancia culpable, no una inocente. Se encuentra arraigada en nuestros corazones duros y que se resisten. Pablo dice en Romanos 1:18 que actuando injustamente impedimos que la verdad prevalezca. La ignorancia no es nuestro mayor problema. La dureza y la resistencia lo son.


5. Lejos del nuevo nacimiento, somos incapaces de obedecer la ley de Dios o de agradarle (Romanos 8:7-8).

En Romanos 8:7, Pablo dice: “ya que la mente puesta en la carne [literalmente: la mente de la carne] es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, y los que están en la carne no pueden agradar a Dios”. A partir del siguiente versículo podemos deducir lo que Pablo quiere decir con “la mente de la carne” y con “en la carne”. En el versículo 9 dice: “Sin embargo, vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros”. En otras palabras, él compara aquellos que han nacido de nuevo y tienen el Espíritu con aquellos que no han nacido de nuevo y por tanto no tienen al Espíritu, sino sólo la carne. "Lo que nace del ser humano es vida humana; lo que nace del Espíritu de Dios es vida espiritualmente renovada" (Juan 3:5).

Lo que quiere decir es que sin el Espíritu Santo, nuestras mentes se resisten tanto a la autoridad de Dios que no podremos someternos a Él. “La mente de la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo”. Y si no podemos someternos a Él, no podemos complacerle. “Y los que están en la carne no pueden agradar a Dios”. Eso es lo muertos, oscuros y duros que somos de cara a Dios hasta que Él nos hace nacer de nuevo.


6. Lejos del nuevo nacimiento, somos incapaces de aceptar la palabra de Dios (Efesios 4:18; 1 Corintios 2:14).

En 1 Corintios 2:14, Pablo nos permite percibir brevemente las implicaciones que esta dureza y muerte tienen en cuanto a lo que no somos capaces de hacer. Él dice: “Para todo aquel que vive en su estado natural [o sea, la persona sin regenerar], las cosas que pertenecen al Espíritu de Dios no son sino insensatez y locura, y no puede entenderlas porque solamente son discernibles de manera espiritual.” El problema no es que las cosas de Dios sean superiores a su capacidad intelectual, sino que él las ve como insensatez y locura. “Las cosas que pertenecen al Espíritu de Dios no son sino insensatez y locura”. De hecho, son tan insensatas para él que no las puede entender.

En realidad este es un “no poder” moral y no físico. Cuando Pablo dice: “Para todo aquel que vive en su estado natural... no puede entenderlas”, lo que quiere decir es que el corazón se resiste tanto a recibirlas que la mente justifica esta rebelión al interpretarlas como insensatas. Esta rebelión es tan total que el corazón realmente no puede recibir las cosas del Espíritu. Esto es una incapacidad real. Pero esto no es una incapacidad por coacción. La persona sin regenerar no puede porque no quiere. Su preferencia por el pecado es tan fuerte que no puede elegir el bien. Es una esclavitud real y atroz, pero no es una esclavitud inocente.


7. Lejos del nuevo nacimiento, no somos capaces de acudir a Cristo o de aceptarlo como nuestro Señor (Juan 6:44; 1 Corintios 12:3).

En 1 Corintios 12:3, Pablo declara: “nadie dirá: Jesús es el Señor, si no es movido por el Espíritu Santo”. No quiere decir que un actor sobre el escenario o un hipócrita en una iglesia no pueda decir “Jesús es el Señor” sin el Espíritu Santo. Sino que nadie puede decirlo y realmente hacerlo en serio sin haber nacido del Espíritu. Es moralmente imposible para el corazón muerto, oscuro, duro y que se resiste celebrar que Jesús es el Señor en toda su vida sin haber nacido de nuevo.

O, tal como dice Jesús tres veces en Juan 6, nadie puede venir a Él sino lo trae el Padre. Y cuando esa llamada lleva a una persona a vivir en contacto con Cristo, la llamamos nacer de nuevo. Versículo 37: “Yo recibiré a todos los que el Padre me y vengan a mí”. Versículo 44: “Nadie puede venir a mí, si el Padre, que me envió, no lo trae”. Versículo 65: “Nadie puede venir a mí sino se lo ha concedido el Padre”. Todas estas tareas maravillosas de traer, dar y conceder son la obra de Dios en la regeneración. Sin ellas no acudiremos a Cristo, porque no querremos acudir. Esto es lo que se tiene que cambiar al nacer de nuevo.


Una respuesta personal y urgente

Hay que decir mucho más acerca de por qué el nacer de nuevo es necesario, pero esto será suficiente para hoy. Para concluir regresaremos a las palabras sorprendentemente esperanzadoras de Efesios 2:4-5: “Sin embargo, Dios es tan rico en misericordia y nos ha amado tanto que, a pesar de estar ya muertos a causa de los pecados, nos dio nueva vida juntamente con Cristo (¡sólo por la gracia de Dios somos salvos!)".

Existen dos maneras de responder a esto:
Una es teórica e impersonal; la otra es personal y urgente. Una dice: ¿Cómo explicar esto y aquello? La otra dice: Dios me ha traído aquí hoy. Hoy Dios me ha hablado a través de estos textos. Hoy me parece necesitar desesperadamente la misericordia, el amor y la gracia de Dios y me resultan extremadamente bellos. Oh Dios, hoy, me entrego a tu gracia sublime que me ha traído aquí y me ha despertado, suavizado y abierto. Doy gracias a dios por la riqueza de su misericordia, la grandeza de su amor y el poder de su gracia.

 

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